noviembre 23, 2024
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El Contador Tárrega

El capitán dormido

junio 9, 2023 | 407 vistas

El Contador Tárrega

Habrán leído o escuchado el pasaje de la vida de Jesucristo cuando calmó una tempestad. La Biblia no da mucho detalle al respecto, solo menciona que Jesús y los apóstoles subieron a la barca, se desató la tormenta mientras Jesús dormía, y los discípulos, temerosos, lo despertaron –un poco recriminándole, “¿no tienes cuidado que perecemos?” –, tras lo cual, a una orden suya, los vientos amainaron completamente.

Es mi imaginación la que completa esa singular experiencia. Los apóstoles venían felices, charlando alegremente entre ellos, con su espíritu lleno después de haber visto a su maestro obrar milagros y escucharlo enseñar con profundas parábolas; se hicieron a la mar y se dispusieron a pasar una tranquila noche en la barca, durmiendo arrullados por las olas.

Entonces los vientos empiezan a soplar, primero lentamente. Los apóstoles, la mayoría de ellos pescadores, seguramente habían enfrentado antes tormentas en el mar, así que debieron empezar a hacer los preparativos de costumbre, recoger las velas, asegurar materiales, etc. Poco a poco, los vientos fueron cobrando fuerza hasta llegar a un nivel alarmante. La barca, ya flotando en aguas profundas, parecía quebrarse ante los inclementes vientos.

A medida que la tempestad arreciaba y la barca se mecía violentamente, aquellos hombres trataban de aferrarse a lo que podían para evitar caer al agua, y su corazón sintió miedo a morir, a ser engullidos por las feroces aguas. Entonces uno de ellos volteó a un rincón y vio algo que tal vez nadie había notado: su maestro, su “capitán” en esa nave, seguía dormido, al menos, eso parecía. Con dificultades se acercaron a Jesús, lo movieron para despertarlo y le dijeron “¿no tienes cuidado –no te importa– que perecemos?”. Jesús se levantó tranquilamente y calmó los vientos, tras lo cual les dijo, a manera de cariñosa reprensión, “¿por qué teméis, hombres de poca fe?” indicando con ello que él era el capitán al mando, no solo de la barca, sino del cosmos entero, no había razón para temer.

En mi imaginaria visión de este pasaje, pienso que, tal vez, Jesús no estaba dormido –sería difícil dormir en esas circunstancias– y no los ayudó desde un inicio porque quería que los apóstoles hicieran por sí mismos todo lo posible para enfrentar la tormenta, antes de extenderles su ayuda divina. Tal vez, incluso, al estar acostado fingiendo dormir, entreabría un ojo para ver disimuladamente todo el ajetreo que se traían sus queridos amigos y aprendices. Él sabía que, de todo aquello, resultaría una importante enseñanza para incrementar su fe en el Hijo de Dios.

Y probablemente ya adivinaron hacia dónde se dirige mi reflexión. A esas tormentas que eventualmente llegan a nuestras vidas cuando todo parecía estar tranquilo. A esos eventos que, gradualmente, o “de un tirón”, llegan para trastocar y zarandear nuestra barca hasta el grado de atemorizar nuestro corazón y reclamarle a Dios, “¿no te importa que perezco, no te importa lo que me pasa?”, sintiendo que tal vez él está dormido, pues no parece escuchar nuestras súplicas.

Pero el capitán de tu barca no está dormido. Es solo que quiere verte hacer todo lo que está de tu parte para sortear la tormenta, pues él sabe que de ello resultarán importantes enseñanzas para incrementar tu fe en él.

En otro escrito bíblico –el de Isaías– el Señor habla por medio de su profeta y nos dice “por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias”. A veces, Dios necesita dejarnos solos para aprender a desarrollar atributos como la fortaleza de carácter, el buen ánimo, la sabiduría, la paciencia, y muchos más que nos ayudarán a vivir vidas más productivas y significativas. Y cuando la enseñanza haya concluido, él nos abrazará con inmenso amor y tal vez nos reprenderá con cariño, “no temas, hombre –o mujer– de poca fe”.

Cuando era yo pequeño, era muy miedoso. A veces mi madre salía en la noche a alguna reunión social y yo no me podía dormir. Cuando ella llegaba, yo obviamente me hacía el dormido. Pero conociéndome, mi madre se acercaba a mi cama, me decía muy quedito “ya llegué” y me daba un beso en la frente, después de lo cual yo podía conciliar el sueño plácidamente.

Así que no temas, confía en el que sabe calmar todo tipo de tempestades. Cada noche, siente su beso en tu frente y sus palabras llenas de amor, “no temas, yo estoy aquí”. Y confía el mando de tu nave al verdadero capitán, sabiendo que él nunca duerme, aunque a veces tenga que aparentar que lo hace.

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