mayo 18, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El hombre que decidió morir II

diciembre 28, 2023 | 217 vistas

Alicia Caballero Galindo

 

Después de unos momentos de desconcierto, Daniel, recordó que él tenía dos nietecitas y soñaba con un nieto varón y ese niño, se veía solo y desvalido en medio de la noche, Blacky saltaba gustoso en torno al niño, era muy rara su actitud, normalmente ladraba a los extraños. No lograba comprender por qué ese niño en pleno diciembre, con un clima tan frío estaba solo, ¡eran más de las diez de la noche y ese pequeño, ahí… El niño, con una mirada triste, le tendió su manita que estaba helada y temblaba un poco, extrañamente, sin palabras, entendió que deseaba que lo acompañara, después de dudar unos momentos, revisó su bolsillo del pantalón para comprobar si traía su llave y de un golpe cerró la puerta después de dejar adentro a su perro que se quedó rascando la puerta y llorando.

—¡Bueno, listo, ya quedó cerrada mi casa! ¿Adónde quieres que te lleve?

Sin pronunciar palabra, el niño dio un suave tirón a la mano de Daniel y se encaminaron hacia el centro de la ciudad que estaba a escasas cuadras de ahí, una ligera bruma cubría el suelo, y de pronto, le pareció que desconocía las casas y edificios de esas calles que recorriera durante toda su vida. Se detuvieron a la entrada de un edificio y subieron por unas escaleras oscuras hasta una segunda planta, entraron a un departamento vacío y dese ahí, por una ventana distinguió en un cuarto de enfrente a un hombre joven que sentado en una mesa tomaba vino sin parar, estaba ya alcoholizado y parecía hablar y llorar al mismo tiempo. De pronto empezó a escuchar lo que decía:

— ¿Por qué tuvo que dejarme? ¡Sin ella, ya no quiero vivir!

Sin poder hacer nada, vio que el hombre abrió el balcón y sin pensarlo saltó al vacío pronunciando un nombre “Eugenia” después, ¡silencio! Daniel corrió hasta el departamento donde se tiró aquel infeliz hombre y vio en una repisa un retrato donde se veían felices el hombre muerto, una mujer sonriente y un niño, ¡era ese pequeño andrajoso y triste que había quedado solo porque su madre había muerto y su padre se había matado. Se asomó al balcón, pero no vio el cuerpo de aquel infortunado desconocido. Todo seguía igual.

Ir y venir de gente con bultos y regalos, risas, música navideña, de pronto sintió la manita fría del niño que lo impulsó a seguirlo. En unos segundos estaban de nuevo en la calle brumosa y extraña, sabía que estaba en su ciudad, pero todo le parecía extraño y desconocido. ¿Estaría soñando? cuando tropezó con una piedra y sintió dolor ¡No estaba soñando! Guiado por aquel niñito, llegó al parque central de su ciudad, era bello, lleno de árboles y jardines, en esa época, iluminado con motivos navideños, en una banca cerca de la fuente central donde los chorros de agua danzaban al compás de “Noche de Paz” y de luminosos cambios de colores, distinguió a un hombre joven que lloraba solitario entre tanta gente feliz que parecía no verlo. Con horror vio que era su hijo menor que decía desolado:

—Yo amaba a mi padre ¿Por qué no tendría paciencia de esperarme? ¡Tendré que cargar toda la vida la culpa de no llegar a tiempo para abrazarlo, hoy es demasiado tarde ¡está muerto!

Daniel corrió hasta él, pero la banca estaba vacía y no se veía ya el joven, con desánimo se sentó un momento porque se sentía cansado y a su lado, el niño que apretaba con fuerza aquel viejo camión de madera que le faltaban las ruedas pero que para él era importante. Los ojos del niño lo miraban interrogantes sin hablar, balanceaba sus piernas sentado en la banca. La gente pasaba por todos lados como si ellos no existieran ¡era en verdad una locura y empezaba a darle un poco de miedo, entonces se levantó de la banca decidido.

—¡No puedo más! Vámonos a casa, te daré un vaso tibio de leche y mañana buscaremos a tus padres, estarán preocupados por ti. Una lágrima rodó por el rostro del niño y le señaló el extraño edificio del balcón haciendo un gesto de tristeza. Daniel no supo que decir, tomó al niño de la mano y caminó rumbo a su casa. A pesar de estar cerca de parque, él sentía que caminaba y caminaba, pero no llegaba, la ciudad entera parecía ignorar que ellos existían. Todo seguía su marcha natural pero extraña para él. Por fin, distinguió a una cuadra, la puerta de su casa, cuando estuvo cerca, vio que un carro se estacionó y se bajó su hijo con una mujer joven a su lado, que esperaba un bebé. Iban vestidos de negro y con gesto adusto el gusto de verlo se convirtió en asombro cuando escuchó a su hijo decir:

—¡Qué duro va ser para mi volver a esta casa donde crecí!  Mi padre muerto y mi madre, ¡agoniza de dolor! Nadie entiende por qué mi padre se fue así, un estremecimiento recorrió su cuerpo y sintió de pronto mucho frío. ¡el frío de la muerte! El extraño niño, tiró de su mano y clavó su mirada en el rostro desconcertado de Daniel, ¡no sabía qué hacer ni qué pensar.

Continuará…

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