María José Zorrilla.-
En su artículo de ayer Eduardo Caccia habla sobre la inteligencia artificial y la importancia que el lenguaje adquiere en este nuevo proceso tecnológico de reciente invención. En el debate sobre el tema la mayoría sostiene que para que la IA amenace a la humanidad requiere adquirir conciencia, sentimientos y tener presencia física en el espacio humano. No obstante, el autor de Intruso seductor de El Norte, hace mención sobre el pensamiento de Yuval Harari quien advierte que tales condiciones no son indispensables pues la IA ha encontrado la habilidad para manipular y generar lenguaje. Y afirma que es el lenguaje lo que ha permitido al género humano establecer control de unos sobre otros. Vaya que hay mensajes que han conmovido a la humanidad, frases que han permanecido a lo largo de los tiempos, países que han cambiado su historia, se han creado revoluciones, iniciado guerras, generado mitos, religiones, cambios trascendentales en la vida y en el pensamiento por el manejo, motivación y manipulación de un discurso o una narrativa determinada. Concuerdo con Harari y Caccia, que la IA no necesita tener sentimientos, solamente generarlos, provocarlos. Por experiencia propia ayer comprobé que un solo mensaje, puede hacernos cambiar la opinión que teníamos sobre una persona, un tema o alguna convicción. No importa quién es el emisor, si la palabra es precisa y nos toca las fibras sensibles se puede producir el cambio. Ayer domingo se escribió una de las páginas más memorables que quedarán inscritas en la historia del tenis y del deporte para siempre. Novak Djokovic el serbio de 36 años, logró romper una barrera que parecía infranqueable en el deporte blanco al ganar 23 Grand Slams. Una cifra que como diría el propio Nadal parecería imposible imaginar hace algunos años. Nunca fui fan del balcánico porque su lenguaje corporal era burdo, parecía un carnicero en la cancha y sus ademanes para agradecer al público al final de los partidos parecía un auténtico robot, similar a su juego casi perfecto pero falto de emoción y explosividad como sería el de Nadal, Connors, Federer o más recientemente Carlitos Alcaraz. Sus palabras sonaban huecas y sus chistes se veían estudiados y falsos. Sin dejar de admirar su disciplina, talento, técnica, elasticidad y fuerza mental, jamás desee ver ganar al serbio. Parecería no ser la única, pues hasta el propio padre de Nole llegó a cuestionarse porque el público nunca lo apoyaba ni lo quería a pesar de sus grandes logros. A donde iba tenía el público en contra. No obstante, ayer pasó algo increíble no sólo por lo conseguido en la cancha sobre la arcilla de Paris, donde el público se le rindió por tan enorme momento, también al final por su emotivo discurso. Afortunadamente le han pulido los bruscos y robóticos ademanes, es un políglota que habla más de 8 idiomas y siempre se dirige en el idioma del país donde se desarrolla el torneo. Con un francés bastante elocuente agradeció a Yannick Noah, la leyenda parisina que le entregó el premio, agradecimiento que no recuerdo haber escuchado hacerlo antes a tenista alguno cuando otros grandes fueron invitados a premiar a los ganadores. Además del discurso muletilla de agradecer a todos, Djokovic dio un mensaje sobre los valores, la familia, la solidaridad y lo más importante presentó una sincronía entre lo que decía, y lo que sentía, de manera que finalmente se creó una empatía entre el emisor y su audiencia al adquirir conciencia de su verdadera humanidad. Yo debo confesar que me cambió toda la perspectiva sobre ese hombre que más allá de sus admirables habilidades deportivas y el trabajo y esfuerzo por ser mejor en todos aspectos, me conmovió y convenció después casi 20 años de no soportarlo. Fueron unas palabras sencillas, nada del otro mundo, pero una sensación distinta emitió ese hombre que nos movió las emociones, al menos a mí y creo a todos según se percibía por la TV. No dudo que llegue a cosechar más hazañas y romper más récords deportivos, pero tampoco dudo que después de un giro a su carrera y llegue a la escena política donde puede escalar a las más altas esferas. Es increíble como se ha transformado este hombre lo más parecido a un autómata desde mi apreciación, hasta convertirse en un ser humano capaz de hacernos sentir con sus palabras y actitud, lo que jamás lograron sus impresionantes triunfos deportivos. No dejo de admirar lo que ha logrado el serbio como deportista, pero también sus otros logros: poder conciliar su ferocidad, su hambre de triunfo por convertirse en el mejor tenista de todos los tiempos sin importar las formas, con el hombre brillante que siente, expresa y desea llegar mucho más allá de sus asombrosos logros deportivos. Esperemos que la IA no entre en esos territorios de querer ir más allá, como lo aseguró Lemoine el ingeniero de Google que fue despedido por afirmar que un programa de IA adquirió conciencia, porque una palabra suya bien estructurada bastará para incomodar nuestra alma.