El Contador Tárrega.
El triste caso del estudiante cobardemente asesinado en la ciudad de México, revivió una herida que, por muchos años, ha estado lastimando a nuestra sociedad. Ya perdimos la cuenta de la gente buena que ha sido víctima de similares situaciones.
Precisamente también por estos días, se cumplirá un año de un caso ocurrido en nuestra ciudad y que, de igual manera, nos consternó a todos. Una familia: Humberto y Fabiola, padres de Cristian, único hijo de ambos, de 16 años. La pareja ya estaba separada, pero el amor por su hijo y el apoyo a su pasión deportiva los mantenía unidos para apoyarlo. Ella tenía otra bebé, Sofi, de 3 años. Los cuatro venían de Valle Hermoso a Reynosa después de un torneo de futbol en el que Cristian participó.
Casi para llegar a Reynosa, el auto fue rafagueado por unos hombres en otro vehículo quienes, al bajarse para revisar, le dijeron al conductor herido, “discúlpenos señor, nos equivocamos”. Murieron en el lugar el joven y su madre. Quedaron heridos el papá y la bebé. La noticia se difundió rápidamente; los compañeros de Cristian no podían creerlo. En enormes multitudes se congregaron para darle el último adiós a su querido amigo, que de esa manera absurda veía truncado su sueño de ser futbolista.
El padre de Cristian no volvió a ser el mismo, consumido por el dolor. Con frecuencia acudía al panteón a visitar la tumba de su hijo. Seis meses después, internado para una revisión de rutina, su corazón simplemente dejó de latir. Dicen que fue la tristeza.
Aquí con nosotros ha quedado una pequeña. Una frágil criatura que, tarde o temprano, preguntará “¿por qué?”. Así que, ¿qué le dices a una niña en respuesta a eso? ¿qué le dices a una niña que, tal vez, atisbando el horizonte, se pregunte en dónde están su mamá y su hermano? ¿qué explicación le puedes dar que ayude un poco a aliviar su corazón, lastimado tal vez más que su pequeño cuerpecito que también fue blanco de las balas?
Creo que no hay palabras que puedan cumplir con este difícil cometido, así que ni lo intentaré. En lugar de eso, me gustaría tratar de imaginar las palabras que, desde donde están, su madre y su hermano le podrían dirigir a Sofi. Pienso que le dirían algo así:
“Hijita de mi alma, mi bebé: Llegaste para iluminar mi vida y completar mi felicidad. Eras mi pequeña princesita y tenía tantos sueños por cumplir contigo. Me duele dejarte sola, pero te aseguro que, aunque mi cuerpo no esté contigo, mi espíritu te acompañará en cada etapa de tu vida. Siente mi presencia en la brisa del viento, en el aroma de una flor, en el canto de las aves, porque por muchos medios te haré llegar mi amor. Y quiero pedirte un gran favor. Sé que es difícil lo que te voy a pedir, pero lo hago porque, desde donde estoy ahora, entiendo las cosas de otra manera. Lo que quiero pedirte es que perdones. No permitas que tu corazón se amargue. Perdona a quienes nos hicieron esto. Deja la justicia en las manos de Dios, y permite que solo el amor entre a tu corazón, para que puedas tener paz. Yo esperaré ansiosa el momento de volvernos a ver, para llenar tu carita y tus manos de todos los besos que, en vida tuya, no podré darte. Que Dios te dé fuerzas, mi niña, y cuando más las necesites, ten por seguro que yo también estaré a tu lado para sostenerte. Hasta siempre, mi amor”.
“Hola hermanita. ¿Sabes? Cuando naciste y pude cargarte, experimenté una emoción que nunca había sentido. Mamá me explicó que eso era el amor puro. Y te aseguro que te amé cada día de tu vida. Yo también, al igual que mamá, quiero pedirte un favor: quiero pedirte que sigas metiendo goles por mí. Métele goles a la vida. Sé bondadosa y ayuda a todos los que puedas. Siembra sonrisas por donde vayas. Llegado el momento, forma una familia y lucha por mantenerla unida. Cada acto de amor, bondad y alegría que realices, será un fantástico gol que yo celebraré jubiloso desde el cielo. ¿Y te digo algo? Las familias son eternas. Ten la certeza de que nos volveremos a ver. Hasta entonces, hermanita. Te amo”.
Por mi parte, lo único que le puedo decir y desear a esta pequeña niña es: Sofi, que la luz del amor de tu madre y tu hermano te guíen e iluminen cada día de tu vida, y que la vida te dé para anotar una incontable cantidad de goles. Dios te bendiga.
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